La icono-grafía tibetana nace en estrecha relación con el budismo y aunque su forma
plástica no se plasma hasta muchos años después de la experiencia de
iluminación del Buda (S.VI a.C.), ésta se convierte en soporte de meditación importante en la práctica del budismo tibetano.
Imágenes
con forma humana dentro de un complicado lenguaje simbólico, expresan la
palabra no hablada de las enseñanzas del Buda.
Este
arte milenario desafía en parte el estudio detallado denominado iconología, en
donde la representación de virtudes, vicios e ideas se hace a través de
imágenes humanas. Es el magnifico trabajo desplegado por artistas tibetanos, laicos y monjes devotos.
Las
Tankkhas
son el reflejo plástico/simbólico de un sendero espiritual, en este caso del
budismo.
El
budismo se integró y respetó todas las
culturas originales en donde se asentó desarrollándose así con los nuevos
contextos, mantuvo sin embargo
inalterable el cuerpo de enseñanzas originales.
La
Tangkha constituye un elemento de apoyo y es soporte de contemplación para la
práctica budista. Es también un espejo para los estados mentales del
practicante. Y es la experiencia de vacuidad para el ‘gran meditante’
Lenguaje
basado en símbolos se plasma en la tela, por ejemplo la Rueda
del Dharma; una metáfora que señala el proceso del pasaje de un
individuo a través de una existencia cíclica (o samsara) y la relación entre los 12 vínculos de la orígen
dependiente.
Vajrasattva o Dorje Sem Pa. En ella se reflejan los aspectos del
‘héroe espiritual’, su mantra purifica el odio y la rabia. Ser el sostenedor
del Vajra
o Dorje y la campana (el método y la sabiduría), implica
sostener el cetro de la indestructibilidad de la realidad búdica, el estado del
buda indivisible.
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